Independientemente del marco teórico referencial, en toda situación psicoterapéutica (formal o no), existe siempre una definición relacional a priori: quién es quién en la situación o encuadre terapéutico, definición que establece las expectativas recíprocas y el papel a jugar. Y el juego consiste invariablemente en comunicarse acerca de, en un momento y un lugar específicos. La comunicación deja de ser un mero instrumento destinado al intercambio de información, para convertirse en el objeto mismo de la intervención, en la medida en que determina desde las estructuras sociales, hasta la construcción del mundo vivido y su sentido.
La aplicación de un enfoque sistémico a los problemas humanos, y en especial a los relacionados con la “salud” mental, ha permitido una fértil reconsideración de la llamada “terapia familiar”. Se inauguró así una nueva conceptualización que abarca tanto un (o varios) modelo(s) teórico(s) como una serie de recursos técnicos y modalidades de intervención, agrupados bajo la denominación genérica de “terapia familiar sistémica”. Los desarrollos subsiguientes en diferentes comunidades científicas llevaron al crecimiento de varias corrientes, diferenciadas tanto por la utilización de diferentes recursos técnicos, como incluso por la definición misma del problema y su solución.
La definición sistémica del objeto de la tarea terapéutica implica de por sí la utilización de la comunicación tanto como herramienta de intervención como en la conceptualización misma del cambio a aportar. Si un sistema es según la definición de Hall y Fagen “un conjunto de objetos así como de relaciones entre los objetos y sus atributos”, lo que definirá a la familia como un sistema interaccional estable con subsistemas ordenados jerárquicamente será la capacidad de sus componentes para mantener relaciones, o sea comunicaciones, dentro y fuera del sistema familia .
Aportes y antecedentes
Al remontarnos en la línea generacional de las corrientes de terapia familiar encontramos que su denominación “sistémica” revela una filiación originada en los trabajos de Von Bertalanffy, enunciador de la “Teoría General de los Sistemas”. Por la misma época, confluyeron también otros desarrollos que vinieron a alimentar esta vertiente: La Teoría de la Información de Shannon y Weaver, el concepto cibernético de “retroalimentación” de Wiener, la antropología estructural de Lévi-Strauss, el estructuralismo en el lenguaje de De Saussure, y la Teoría de los Tipos Lógicos de Russell.
Por otra parte, Gregory Bateson, una “rara avis” en esta época posmoderna en que la
especialización parece dominar en el campo científico, incursionaba en diferentes disciplinas. Desde la zoología a la etnología, la epistemología, la antropología, la psiquiatría, la comunicación y la ecología, su exploración lo sindica como un Diógenes actual, a la búsqueda del hombre, alumbrándolo con una linterna de múltiples facetas.
Su contribución a la terapia familiar sistémica puede remontarse a los cursos que brindaba para médicos residentes psiquiátricos en el Hospital de la Administración de Veteranos en Palo Alto, California, USA., a quienes –reconoce- más bien desorientaba con sus planteos. Una de sus preguntas sí le resultó útil: “Una madre recompensa habitualmente a su hijo pequeño con un helado si come sus espinacas. ¿Qué información adicional necesitaría usted para poder predecir si el niño: a) llegará a gustar de la espinaca o a odiarla; b) gustar de los helados u odiarlos, o c) amar u odiar a Mamá?” De las indagaciones a que esta pregunta daba lugar, concluyó que toda la información adicional necesaria para definir las respuestas se relacionaba con el contexto de la conducta de la madre y del hijo. Así manifestaba con claridad meridiana los primeros esbozos del nuevo paradigma: “De hecho, el fenómeno del contexto y el fenómeno, relacionado con él estrechamente, del “significado” definían una división entre las ciencias “duras” y el tipo de ciencia que yo estaba intentando construir” .
Otros aportes se venían gestando, quizás más indirectos, pero que seguramente iban conformando esa “masa crítica”, acumulación de pensamiento y conocimiento que parece preceder necesariamente a los cambios de paradigma. Desde el campo de la filosofía, Maurice Merleau-Ponty se apoya en la fenomenología para iluminar la sempiterna búsqueda de las explicaciones últimas del hombre y el mundo, tema recurrente de la ciencia de las ciencias. Es desde esa atalaya que describe método y objeto del conocimiento, aseverando –precursor del concepto de observador participante y de perspectivas constructivistas- que “las visiones científicas, según las cuales soy un momento del mundo, son siempre ingenuas e hipócritas porque sobreentienden, sin mencionarla, esta otra visión, la de la consciencia, por la que un mundo se ordena entorno mío y empieza a existir para mí.”
Es de esperar que este paradigma sistémico –que ha demostrado la amplitud de su aplicación a numerosas disciplinas- tenga también su correlato filosófico, como frontera última donde puedan dirimirse las cuestiones ontológicas y epistemológicas que sin duda levanta al postular nuevos modelos y decretar la caducidad de los previos. Ignoramos si existen tales desarrollos, aunque (a menos que tengan razón los agoreros que anunciaron el fin de la historia, y ello implique de algún modo también el de la filosofía) puede suponerse y esperarse que, por el tiempo transcurrido, tales análisis ya hayan sido iniciados.
Sin vincularlo explícitamente al paradigma sistémico, Konrad Lorenz apunta su preocupación epistemológica recogiendo el siguiente concepto de P. W. Bridgman: “No es legítimo establecer una separación entre el objeto y el instrumento del conocimiento; se les debe abordar juntos como un todo homogéneo”. Y continúa planteando que el problema del conocimiento humano debe investigarse como una función de un sistema real, formado por vías naturales, y que mantiene una acción recíproca con un mundo externo igualmente real; sujeto reconocedor y objetos reconocidos se encuentran así en un mismo plano de realidad. Esta unidad entre el sujeto viviente, el experimentador y el objeto conocido justifica, para Lorenz, el considerar la fisiología y la fenomenología como dos fuentes equiparables del saber . Quizás una filosofía que sea comprensiva del enfoque sistémico requiera el aporte de los más recientes descubrimientos neurofisiológicos sobre el manejo de la información y la adquisición del conocimiento, y su relación con la acumulación y trasmisión de este conocimiento en el genoma humano.
Otro aporte de interés al paradigma sistémico y la teoría de la comunicación resulta el concepto de Konrad Lorenz de un “mecanismo inductor ingénito” de comportamientos humanos, que desempeñan un papel relevante en la estructura de la sociedad humana. La consistencia de estas estructuras de comportamiento observables en diferentes culturas permite suponer que a las mismas les corresponda una función sustentadora, a modo de armazón o esqueleto, de nuestro comportamiento social, cultural y espiritual. La aseveración de que el hombre es un ser cultural por naturaleza, configura una implicación recíproca: la necesidad de una sociedad para que ciertas funciones humanas se activen, y el papel de dichas funciones en la construcción de la cultura .
Los “comportamientos humanos” a que alude Lorenz no son otra cosa que comportamientos comunicacionales, si nos atenemos al primero de los axiomas de la Teoría de la Comunicación Humana : “No es posible no comunicarse”. En efecto, todo comportamiento en presencia de alguien adquiere un valor de mensaje, incluso independientemente de la intencionalidad del emisor. Por consiguiente, estas estructuras de comportamiento que a manera de esqueleto vertebran las sociedades humanas, descubren para la comunicación un papel adicional a la mera trasmisión de información interindividual. Representan, cual un genoma cultural, la posibilidad de acumular y trasmitir información estructural a nivel generacional, con una evidente maleabilidad y velocidad dramáticamente superiores a la trasmisión genética (medidas en términos evolutivos), lo que permite una adaptabilidad extraordinaria ante nuevas condiciones, la posibilidad de desarrollos sociales polimórficos, a la vez que preserva determinadas formas estructurales constantes, que por lo mismo debemos suponer necesarias.
Partiendo desde el inicio
Nos acercamos así a un punto básico en estas reflexiones: Por una parte, el ser humano como entidad biológica, producto de una evolución de millones de años. Esta evolución, que toma como punto de referencia a los Ramapitécidos -reconocidos actualmente como protohomínidos- hace unos 14 millones de años, se sucede luego por Homo Habilis (2 millones de años), Homo Erectus (1,5 millones de años) y llega al Homo Sapiens hace apenas medio millón de años . Paralelamente, la arqueología muestra que concomitantemente con la aparición de Homo se registra el empleo de utensilios, y por ende la trasmisión de conocimientos para su fabricación y aplicación, cultura de complejidad creciente y acelerada hasta nuestros días. Esta es nuestra doble dimensión, biológica y cultural, que nos define y nos determina.
Somos entonces el producto de un peculiar fenómeno en el que (menuda aplicación de enfoque sistémico) las influencias recíprocas entre un ser biológico, su interacción con un medio cambiante, su capacidad creciente para la comunicación, y la complejidad de la cultura creada, generaron en el lapso de algunos cientos de miles de años un ser insólito. Decía Pascal en sus Pensamientos: “Así pues, ¡qué quimera es el hombre! ¡Qué novedad! ¡Qué monstruo, qué caos, qué contradicción, qué prodigio!”.
Quizás lo más dramático consiste en que por un lado la evolución biológica tiene sus tiempos, medidos en cientos de milenios, para incorporar en el genoma la nueva información que asegura la adaptación biológica al contexto, pero por otra parte la complejidad cultural ha adquirido una dinámica de creciente aceleración. Basta considerar que los registros escritos más antiguos datan de unos 5.000 años atrás; y que se estima que el volumen de conocimiento científico y tecnológico acumulado en los últimos 50 años ha superado ya todo el conocimiento adquirido previamente. Este desarrollo científico parece estar cercano (en dimensiones históricas) a completar el bucle, cerrar el circuito entre evolución cultural y biológica: el mapa del genoma humano está prácticamente concluido, y la capacidad para alterarlo a voluntad será seguramente apenas cuestión de años.
Papel de la comunicación
Este avance hacia una complejidad creciente bio-psico-sociocultural está asentado en la comunicación, que opera a la manera de un protoplasma virtual, facilitando los intercambios, otorgando sentido a los datos de la percepción, vehiculizando una interpretación y un conocimiento del contexto, dando pie a la formación de estructuras socioculturales estables, generando nuevos conocimientos, y posibilitando la trasmisión de información entre generaciones.
En la encrucijada temporal en que nos ha sido dado vivir, nos encontramos como personas con:
a) Una dotación anátomo-funcional “diseñada” hace unos 100.000 años, en concordancia con un contexto en el primaban las amenazas a la supervivencia y la necesidad de mantener a la especie.
b) Una cultura de complejidad estructural y tecnológica crecientes, con un gradiente de cambio acelerado.
c) Fenómenos sociales masivos tales como tendencia a las concentraciones urbanas, explosiones demográficas, fuertes desequilibrios socio-económicos.
d) Impactos ambientales irreversibles en el corto plazo: contaminación tóxica y radiactiva, deforestación, desertificación, disminución de la capa de ozono, elevación de la temperatura de la atmósfera, etc.
Esta dicotomía entre nuestro sustrato biológico y los requerimientos de los nuevos contextos culturales seguramente intervienen en la etiología de la patología mental, y sus renovadas expresiones debieran ser motivo de una permanente revisión de las categorizaciones diagnósticas. La funcionalidad o disfuncionalidad de una familia respondería desde este punto de vista a la relación entre las exigencias del medio y sus capacidades de respuesta.
Dos aspectos de la comunicación cobran por consiguiente singular relevancia para nuestra vida cotidiana, y por ende deberán ser tenidos especialmente en cuenta en el trabajo terapéutico familiar: su papel en la configuración de las estructuras sociales, y en especial de las estructuras familiares, y el problema del sentido del contenido de la comunicación.
La comunicación como estructurante social
La configuración de las estructuras familiares tiene un doble interés; por un lado, en un escenario de cambio acelerado, la sociedad reclama urgentes respuestas a problemas que requieren definiciones de salud y enfermedad, normalidad y anormalidad, obsolescencia o actualidad . No menor es la interrogante acerca de las nuevas formas de familias, con un solo progenitor, ensambladas, fundadas en parejas homosexuales, nuevos roles del hombre y la mujer, etc. Por otra parte, es relevante registrar la constancia y estabilidad de comportamientos que revelan pautas estructurales más estables, tales como el tabú del incesto, las fronteras entre subsistemas familiares, las redes de parentesco. Permanece a todas luces válida la secuencia observable de reiteración de conductas, que generan pautas comunicacionales, que configuran vínculos, que determinan roles, que establecen estructuras.
Desde este ángulo, una tarea insoslayable de la aplicación terapéutica de la comunicación consiste en la “disección” de los aspectos estructurales del grupo familiar, que permita evaluar su funcionalidad y eventualmente movilizar sus recursos. También desde esta perspectiva pueden considerarse las intervenciones posibles, operando a nivel de las pautas comunicacionales para llegar a generar cambios también en los niveles de definición de roles e incluso modificaciones a nivel de estructuras.
El problema del sentido de la comunicación
Desde los originarios trabajos de Bateson y Ruesch relativos a la comunicación y psiquiatría en el entorno de 1950, la cuestión del sentido de la comunicación ha rondado permanentemente las elaboraciones teóricas sobre las que reposan las diferentes orientaciones psicoterapéuticas. El mismo Ruesch, si bien rescata el valor de la teoría psicoanalítica como modelo del funcionamiento intrapsíquico, revolucionario en su momento, afirma que “ ...el psicoterapeuta no puede menos que descubrir que la teoría psicoanalítica es, como lo ha sido siempre, nada más que otra teoría de la comunicación oculta bajo un disfraz. ...los conceptos de transferencia, contratransferencia, neurosis de transferencia y elaboración no representan otra cosa que los intentos de introducir nociones de comunicación en una teoría de la conducta que es más bien lineal y mecánica.”
Continúa Ruesch afirmando que “Cuanto más estrechamente la comprensión, reconocimiento y respuesta del terapeuta concuerden con la experiencia empírica del paciente, tanto más efectiva se hará la terapia” . Afirmación que es absolutamente aplicable a la comunicación en general. Es evidente que las respectivas experiencias empíricas de los participantes en una comunicación deben registrar cierta compatibilidad. Por demás obvio resulta el compartir un mismo código lingüístico, pero no tan obvios resultan los sutiles matices que, en un mismo marco idiomático, son determinados por subculturas segmentadas en función de variables tan diversas como regiones geográficas, clases sociales, franjas etarias, componentes étnicas, religiosas, etc.
En un trabajo sobre el doble vínculo como determinante de síntomas esquizofrénicos , Bateson aborda el problema de la “reificación”, el considerar las ideas o las reglas para relacionarlas y modificarlas, producidas en la mente, como “cosas”. El hombre no es atemorizado por el león, sino por la idea del león por él formada. De tal manera que nuestras respuestas obedecen no a las cosas en sí, sino a la representación que nos hacemos de las mismas. El mundo de la forma y la comunicación, afirma, no invoca cosas, fuerzas o impactos, sino sólo diferencias e ideas, como “bits” o unidades de información. Pone así en el tapete el problema de la objetividad y la realidad , base de las mútiples facetas del problema del sentido en la comunicación.
Acuña en dicho trabajo el término de “transcontextual” para describir el fenómeno de experienciar, a partir de “cierto enredo en las reglas”, patrones de conducta afines a la esquizofrenia, tales como el humor, el arte, la poesía, etc., que generalmente no se consideran patológicos. Esta disposición permite enriquecer la experiencia con una “doble recepción” (aludiendo presumiblemente a una doble adjudicación de sentido), atribuida tanto a la estructuración de la experiencia exógena en el sueño y el pensamiento interno, como a la proyección de los mismos en el contexto externo.
Por un lado esta propuesta remite a una diversidad de “recepción” o sentidos en función del contexto, interno o externo. Parece lícito ampliar esta concepción, estableciendo que el sentido de lo comunicado (y en especial en lo referente a su componente conativo o relacional) dependerá en alto grado del contexto en que dicha comunicación tenga lugar. Por otro lado, esta posibilidad de manejar múltiples sentidos en función de diversos contextos, en la medida en que puedan ser compartibles y admisibles, habilita a la resignificación de conductas y situaciones previamente definidas como problemáticas o patológicas, a partir de una modificación o reestructuración del contexto.
En estrecha relación con la vinculación indicada entre contexto y sentido, se revela la utilidad de la diferenciación de “realidades” propuesta por Watzlawick: una realidad de “primer orden” que recoge el consenso general de las percepciones, y se presta a la realización de pruebas experimentales repetibles y verificables según el tradicional método científico; y una realidad de “segundo orden”, referida a la significación o el valor atribuido a cosas, conductas o ideas. Es indudable que estas realidades suelen confundirse, y tomarse por realidades o verdades inmutables, constructos válidos en determinados contextos, pero no necesariamente de valor universal.
En un aporte más reciente sobre la comunicación terapéutica , Kenneth Gergen apunta a “situar el locus del sentido en el propio proceso de interacción”. Ello implica desplazar el mismo de la subjetividad individual, a una construcción compartida, poniendo la atención a lo que sucede entre los protagonistas, y no dentro de ellos: “... un individuo por sí solo, nunca puede ‘significar’; se requiere de otro que suplemente su acción y le otorgue una función a ésta en la relación entre ambos”.
Estos suplementos por un lado otorgan sentido a lo comunicado, pero asimismo lo restringen, acorde con el principio de Limitación que señala que “en una secuencia comunicacional, todo intercambio de mensajes disminuye el número de movimientos siguientes posibles” . Para Gergen, esta limitación tiene una función prefigurativa en una interacción recíproca, en la que por un lado las comunicaciones previas limitan las posibles suplementaciones, a la vez que éstas les otorgan sentido, en cadenas comunicacionales en que se confiere sentido a lo que precede y a lo que sigue, en una reconstitución continua. La comunicación depende así de extensas relaciones interdependientes, que en definitiva generan lo que podríamos denominar contextos de significación. Se completa esta propuesta (apenas esbozada aquí en lo que refiere al problema del sentido) con una invitación a considerar en las narrativas su matriz relacional de la cual surge su sentido.
Reflexiones a manera de conclusión
Quizás podamos hilvanar esta parcial e incompleta recolección de ideas y conceptos a partir de la explicitación de su intencionalidad original. Ésta apuntaba a destacar la trascendencia del papel de la comunicación en el ser humano, a partir de su mismo origen, señalando tanto su unidad inicial con el resto de los primates como su posterior diferenciación; a enfatizar el interjuego que tiene lugar, desde un enfoque epistemológico, entre la percepción y la construcción de una realidad que para ser humana debe ser co-construida; a subrayar que su sentido es revelado solamente en las cadenas y redes de interacciones. Así como se ha dicho para el lenguaje, cabe también para la comunicación la aplicación del viejo aforismo: “El pez es el último en saber que vive en el agua”. Quizás no nos damos cuenta que somos (en el más amplio sentido) en tanto nos comunicamos.
Aunque ya se han establecido los cimientos conceptuales, está aún en construcción una reestructuración del conocimiento psicológico, que dé cuenta del hombre y los fenómenos de su interacción comunicativa como una metapsicología que permita colmar las brechas existentes entre las distintas psicologías.
Sin pretender por ahora tales logros, sería deseable que, más allá de los apreciables esfuerzos de su inclusión en programas y curriculas de cursos, seminarios, posgrados y otras instancias formativas en terapia familiar sistémica , la formación en Teoría y Práctica de la Comunicación Humana (así, con mayúsculas) no quede restringida a una introducción de sus conceptos en los primeros niveles básicos, y pueda abarcar tanto conceptualizaciones teóricas como aplicaciones técnicas y entrenamiento del rol de terapeuta familiar sistémico.
NOTAS:
WATZLAWICK, P; HELMICK BEAVIN, J; JACKSON, D.D. “Teoría de la Comunicación Humana”. Cap. 4 La organización de la interacción humana.
VIDAL, R. “Conflicto psíquico y estructura familiar”. Cap. 1. La terapia familiar sistémica.
BATESON, G. “Pasos hacia una ecología de la mente”. Introducción. La ciencia de la mente y el orden.
MERLEAU-PONTY, M. “Fenomenología de la Percepción”. Prólogo.
LORENZ, K. “La otra cara del espejo”. Prolegómenos epistemológicos.
Ibíd., Cap. IX. La Civilización como Sistema Viviente. IX-2. Fundamentos filogenéticos del desarrollo cultural.
WATZLAWICK, P; HELMICK BEAVIN, J; JACKSON, D.D. “Teoría de la Comunicación Humana”. Cap. 2 Algunos axiomas exploratorios de la comunicación.
FISHER, H. “El Contrato Sexual”. Árbol genealógico del hombre.
RUESCH, J. “Comunicación Terapéutica”. Cap. I – Desarrollo de la Comunicación Terapéutica.
Ibíd..Cap. II – Ingredientes de la Comunicación Terapéutica.
BATESON, G. “Pasos hacia una ecología de la mente”. Doble Vínculo, 1969.
WAZLAWICK, P. “¿Es real la realidad?” Parte Segunda: Desinformación – Las dos realidades.
GERGEN, K.J. “La comunicación terapéutica como relación”.
WATZLAWICK, P; HELMICK BEAVIN, J; JACKSON, D.D. “Teoría de la Comunicación Humana”. Cap. 4 La organización de la interacción humana.